Relato «Una noche en el Trenhotel Lusitania» por Néstor García-Paje

Trenhotel Lusitania en Lisboa-Oriente. Foto: Néstor García-Paje Alonso.
Trenhotel Lusitania en Lisboa-Oriente. Foto: Néstor García-Paje Alonso.

Un viaje en tren es mucho más que transportarse de un sitio a otro. Es una experiencia que en ocasiones es inolvidable, sobre todo cuando en el que se viaja no es otro que el Trenhotel Lusitania. Este tren internacional es el protagonista de este relato, escrito por Néstor García-Paje Alonso en 2015. Tanto las imágenes como el texto han sido enviados por él. ¡Gracias por la colaboración!

Tiempo estimado de lectura: 22 minutos.

«Próxima estación: Madrid Chamartín, correspondencia con líneas…» Así rezaba la megafonía del tren cercanías tras atravesar el túnel que conecta con la otra gran estación de Madrid: Atocha. En él nos dirigíamos mi hermano y yo rumbo para tomar uno de los últimos grandes nocturnos españoles e internacionales: El tren hotel Lusitania que conecta Madrid con Lisboa, la capital del vecino Portugal.

Era última hora de la tarde y el coche iba prácticamente vació, aun se notaba la época de vacaciones que deja Madrid bajo mínimos. Solo recuerdo algún sudamericano y una chica con ropa rapera acompañada de una bicicleta. Llegados al andén bajamos y tomamos las escaleras mecánicas para subir al interior de la estación, la afluencia de trenes no era muy notable, solo algunos trenes regionales y de cercanías.

La llegada del AVE sin duda ha hecho mella en el ferrocarril español convencional, hace unos años esta estación era un hervidero de trenes de todo tipo y de variedad de destinos.Su aspecto puramente setentero-ochentero en su estructura de ladrillo y hormigón denota sin duda que el lugar había vivido tiempos mejores que el actual. Aun nos quedaban varias horas para la salida prevista: 21:50, por lo que fuimos a pasear por los rincones de la estación para ver que se cocía por allí dentro.

El interior también denotaba el mismo aspecto y espíritu de hace treinta-cuarenta años, pero mezclado con algunas cadenas y franquicias modernas. Paneles de letras luminosas verdes con las salidas y llegadas, jalonadas cada cierto espacio de sillas y bancos para la espera y escaleras mecánicas para bajar a los andenes correspondientes.

Tras pasear de una punta a otra bajamos hacia los baños, largas escaleras que parecían que te llevaban al metro en vez de a los aseos, el panorama era el típico que puedes imaginar: baños no muy limpios por el continuo trasiego, azulejos de color claro, fluorescentes y señores con pintas extrañas que no te hacen sentir muy cómodo mientras manejas tu asunto.

Tras terminar rápido fuimos de vuelta al piso superior, donde nos sentamos frente a las pantallas a cenar el bocadillo de lomo que llevábamos en la mochila. Entretenidos con la cena, veíamos pasar viajeros, trabajadores y policías nacionales cuadrados con ametralladora (en virtud del nivel 4 de alerta terrorista), así como aparecían y desaparecían en la pantalla las letras de algunas llegadas y destinos: Media distancia procedente de León, Talgo desde Almería, entre otros.

Terminado el bocadillo nos levantamos y salimos fuera de la estación a gastar otro rato y tomar un café con helado de postre, ya quedaba menos para la salida. Cerca de la puerta principal se agolpaban los taxis en busca de clientes y se percibía el movimiento de una ciudad que no descansa.

Al contrario que cuando llegamos si parecía haber más movimiento de gente que llegaba o salía de la ciudad, estábamos ya en vísperas de cambio de mes y vuelta a casa y al trabajo tras las vacaciones de verano. Tras volver dentro, vimos que nuestro tren ya estaba marcado en las pantallas y nos conducimos a las escaleras mecánicas que bajaban al andén.

A pesar de ser un tren hispano-portugués se observaba sobre todo gente extranjera de toda clase de nacionalidades más que españoles y portugueses. Y es que este tren ha quedado enfocado actualmente en gran parte para el turismo internacional o nacional, pues viajar entre España y Portugal es mucho mas sencillo por cualquier medio de transporte que por tren. Esta y la que une Vigo con Oporto son de las pocas conexiones ferroviarias existentes hoy día entre ambos países (en espera de una futura conexión por LAV).

Esperando la cola para que nos revisaran el billete (una hoja pdf similar a las del avión o autobús), observaba la composición del tren: locomotora eléctrica serie 252 y rama tren hotel-talgo con literas, camas, butacas y cafetería-restaurante de entre 9 y 12 coches interconectados más un coche 10.000 de compartimentos.

Hasta 2012 su recorrido tradicional era por Toledo provincia y Extremadura para salir a Portugal por Valencia de Alcántara, pero tras el cierre del ramal portugués hubo de modificarse por la meseta norte y salir hacia Portugal por la provincia de Salamanca. Junto a nuestro tren la triple rama de trenes hotel con destino Galicia (Vigo, Pontevedra, La Coruña y Ferrol), la antaño gran hora de los nocturnos había quedado reducida a estos dos trenes. Una vez revisados los billetes nos conducimos hacia nuestro coche, antes de entrar un par de fotos del tren y alrededores.

Puerta automática y para dentro, allí nuestros acompañantes de coche iban tomando posiciones y colocando sus bultos. La fisionomía del lugar era sencilla: butacas reclinables para mal dormir o reposar color azul, pasillo de moqueta, visillos verde mar, pantallas, ventanales y en la parte superior espacio para enseres varios. Una vez colocados en nuestros asientos me fije en el variado pasaje que nos rodeaba: una señora brasileña mayor blanca, un grupo de jóvenes cristianos franceses con guitarritas, japoneses, un par de parejas mas de alemanes y gente del este europeo creo recordar.

Mi objetivo aparte de llegar a Lisboa era aguantar lo máximo posible despierto e intentar no perder detalle de los lugares por donde pasaba el tren, la primera vez en un tren de este tipo me creía merecer el no perder detalle tras tanto esperarlo. Con todo ya en orden el tren arrancó su largo camino hacia la capital del país vecino y empezó a dejar atrás Madrid a las 21:50 de la noche.

Sus primeros pasos se dirigieron por la salida Norte de la capital: Las cuatro torres, Ifema y Monte del Pardo para tomar la denominada «línea imperial» en Pinar de las Rozas que conducía y conduce los trenes con destino hacia el Norte de España. Sin prisa pero sin pausa el tren se iba adentrando por la sierra madrileña, pasando por un buen puñado de pequeñas y medianas estaciones que dan cobertura a toda la zona. Entrada ya la noche solo se veía al paso del tren las luces de las pequeñas ciudades y pueblos y la espesa masa de pinares que puebla la zona iluminada por la luna.

Se iba percibiendo también como íbamos ascendiendo en altura poco a poco, más adelante la subida sería mayor. Destacar en esta parte el nudo de Villalba donde a mano derecha de la estación se bifurca la antigua línea hacia Segovia y por la derecha la línea hacia el norte de la península y El Escorial, ciudad histórica donde se ubica el imponente Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, mandado construir por Felipe II y cripta de todos los reyes de España desde aquél. Estación de inicio y fin de algunas líneas de cercanías madrileños.

Anotar aquí una excelente vista desde el tren, tras pasar por su estación se abre una amplia curva desde donde podía verse todo el gran monumento iluminado y rodeado de los frondosos bosques de sus cercanías. Una imagen grandiosa como en este ejemplo:

Una vez dejado atrás El Escorial y su monasterio, el tren emprendía una marcha más esforzada que abría de dirigirlo hacia el puerto de Herradón-La Cañada (una de las estaciones con mayor altura del país). Hasta la primera parada en Ávila casi todo es subida serpenteante, un buen número de largos y oscuros túneles, cerradas curvas, puentes y bosques al pie de la vía para salvar las montañas del Sistema Central.

Aún era una hora relativamente temprana y los viajeros aún estaban despiertos y animados en su mayoría, el grupo de cristianos franceses tocaban sus guitarras, otros salían y entraban del coche, charlaban, escuchaban música o leían algo. Según avanzaran las horas el coche iría silenciándose poco a poco. En ese momento decidí ir hacia el baño que estaba situado en el siguiente coche.

Puerta corredera automática y pasillo estrecho donde me iba cruzando con otros viajeros a los que bien dejaba pasar o me dejaban pasar apostándonos en los huecos de las puertas de los compartimentos de camas y literas.

Si algo bueno que tiene el tren es que puedes moverte durante todo el recorrido, ir al bar, mirar por el ventanal del pasillo un rato y tal vez conocer a alguien aunque el espacio sea el justo. El baño tenía trasiego también por lo que tuve que esperar un poco, por los ventanales el negro de la noche cerrada y el reflejo de las luces del pasillo. Ya libre pasé al pequeño habitáculo de medio lado (muy junta la puerta con el lavabo y la taza), hice lo que tenía que hacer en precario equilibrio y regresé a mi coche.

interior del Trenhotel Lusitania

Tras numerosos túneles y recorrido sinuoso el tren alcanzó el puerto de la Cañada, punto más alto del recorrido. Desde la ventanilla vimos fugazmente la pequeña estación de piedra granítica oscura abundante en la zona e iluminada por un puñado de farolas. Casi todas las estaciones de este tramo tienen esta fisionomía de lugares ásperos de sierra.

A partir de aquí la locomotora podía ya desahogarse tras el esfuerzo de la subida, el terreno poco a poco se iba suavizando, adquiriendo unas formas serpenteantes de bajada con amplias curvas que habrían de conducirnos hasta Ávila. La gran meseta norte estaba cercana, volvían a verse luces de pueblos a lo lejos y extensiones más llanas formadas por pastos para el ganado típico que aquí pasta: las vacas abulenses de las que salen los famosos chuletones. Y al fin el tren se aproximaba a la ciudad de Ávila, primera parada del recorrido.

Los trenes entran por la zona nueva de la ciudad junto al cuartel-escuela de la guardia civil tras una larga recta que atraviesa los páramos. Pegado a la ventanilla se iban viendo las luces nocturnas de la ciudad, el casco antiguo y las murallas quedaban hacia otra zona de la ciudad, desde esta parte no se veían desde el tren. Tras tomar la amplia curva de entrada aparecía su estación iluminada por numerosas farolas, robusta y construida de la típica piedra oscura de la zona, tejados de pizarra y amplias marquesinas para guarecer a los viajeros.

Chirrían los frenos, el tren ya está parado. Fui hasta la puerta para ver que se movía por la estación, se respiraba buen ambiente ferroviario. En las vías contiguas varios trenes regionales listos para partir a la mañana siguiente hacia Madrid y otras ciudades de Castilla y un largo tren de furgonetas con su locomotora también preparado para el siguiente día (factoría Nissan al fondo de la estación).

Como tantos otros lugares, Ávila ha perdido numerosas circulaciones de viajeros por la alta velocidad y de su antaño poderío ferroviario solo quedan algunos nocturnos, medias distancias, regionales y mercantes. La parada fue rápida, apenas cinco minutos donde se recogió y dejo un puñado de noctámbulos viajeros. Acomodándose ya los nuevos viajeros, el tren cerró sus puertas y se remprendió la marcha rumbo norte, próxima parada: Medina del Campo.

Lo cierto es que el recorrido podría ser mucho más corto, pues a la salida de Ávila quedaba al costado derecho la línea sin electrificar que une con Salamanca (vía Peñaranda de Bracamonte) pero el objetivo de ir hasta Medina no era otro que el de unirse en una sola formación con la rama del tren hotel Surexpress que viene desde Hendaya (frontera francesa) y remprender el viaje juntos hasta Lisboa Santa Apolonia.

Como ya sucediera a la salida del Escorial pudimos observar desde nuestras butacas una magnifica vista de las grandes murallas de Ávila iluminada por focos de tono anaranjado mientras el tren iba dejando poco a poco atrás la ciudad. Ante nosotros se abría la gran meseta norte y la locomotora comenzó a adentrarse por ella con ligereza tras la etapa de montaña. El ambiente en el coche seguía vigente aunque algo menor ya alcanzado casi el filo de la medianoche. Antes de acomodarnos definitivamente ya para descansar e intentar dormir algo decidimos ir a la cafetería a tomar un café y ver que se movía por los coches mas alejados.

Sorteando turistas y macutos en las puertas de los compartimentos de camas y literas alcanzamos el coche cafetería. El aspecto era sencillo: una barra con taburetes fijos, una pequeña cocina, barras metálicas junto a los ventanales para mirar el paisaje mientras bebes algo y lo necesario tras el mostrador para atender al cliente. Una pareja junto a las ventanas, los camareros, un par de trabajadores del convoy y nosotros éramos los únicos allí.

Nos sentamos en la barra y pedimos un par de cafés, la sensación era extraña pues nada se movía o peligraba de caer pero sentía en las piernas una extraña inestabilidad que me hacia mantenerlas en tensión como si se me fueran de sitio. Junto a nosotros unos trabajadores tomaban cena de varios platos, ellos ya ni sienten esa sensación de vaivén con la costumbre. Terminados los cafés, pagamos y volvimos hacia nuestro coche. La gente alegre charlaba sentada en sus literas con la puerta abierta o en los pasillos. Por la ventanilla pude atisbar que íbamos paralelos con la nacional VI por la zona de los clubs de luces de colores, hacia no mucho pasé por allí en otro viaje hacia Galicia por carretera.

No quedaba ya mucho para alcanzar Medina del Campo.

El tren comenzó a aminorar la marcha, estábamos entrando ya en la ciudad de Medina del Campo. Lugar histórico entre otros sucesos porque allá por 1504 falleciera la reina Isabel la Católica. Precisamente el tren antes de entrar a la estación pasaba por el gran Castillo de la Mota donde sucedió tal acontecimiento. Bien iluminado podía verse su majestuosa estampa desde el coche. Suave frenada, ya hemos llegado. Un buen puñado de viajeros tenía como destino esta ciudad. La parada técnica aquí sería más larga pues había que emprender las maniobras para unirse a la rama del Surexpress.

Con ganas de ver en directo dichas maniobras, bajé del coche y tras hablar con un hombre sobre cuánto tiempo duraba la parada me encaminé por el largo anden hacia la escena de las maniobras. La estación tenía un aspecto puramente castellano de meseta pero menos sobrio que las anteriores, piedra blanca y ladrillo y una gran marquesina de hierro con un bonito reloj. Presente ya, vi como la locomotora que traíamos era desenganchada de la rama por unos operarios y se apartaba y conducía hacia una vía contigua. Ya apartada la locomotora al fondo comenzó a aparecer la rama del Surexpress, despacito se fue acercando poco a poco hacia la rama del Lusitania. Ya casi contiguas los operarios bajaron de nuevo a vías para enganchar ambas ramas.

Además de las maniobras descritas el tren en este punto invertía la marcha que llevábamos rumbo norte para colocarse rumbo oeste y enfilar hacia la frontera portuguesa. Todo listo para partir con una nueva locomotora, esta vez una diésel 334 ya que el próximo tramo del camino hacia Salamanca iría por vía sin electrificar. Tras tener el honor de asistir en directo a un ritual ya raramente habitual en las vías férreas españolas, volví raudo hacia mi cochee. La 334 calentaba ya los motores para partir de nuevo. Próxima parada: Salamanca.

De vuelta al coche el sueño ya había hecho estragos entre el pasaje, lo normal por otra parte. El silencio ya era la tónica dominante y solo se escuchaba el traqueteo de los coches que se había intensificado al entrar en vías no electrificadas. Poco a poco me iba derrumbando mirando la negrura y las pocas luces del paisaje tras la ventanilla pero aun decidí resistir, al menos hasta cruzar la frontera, más ya sería difícil por cómo estaba.

Para no caer volví a salir a los pasillos, allí dando una vuelta me encontré en el coche de literas con dos alemanes que estaban sentados con sus ordenadores portátiles y surgió la conversación (hablaban suficiente español para entenderse), me contaron entre otras triviales conversaciones que estaban de viaje largo para conocer lugares: de Berlín marcharon hasta París, de París a Barcelona, Barcelona a Madrid vía Valencia para tomar este tren y de Lisboa marcharían hasta Oporto donde tomarían el avión de vuelta a Alemania, casi nada.

Entre conversación y conversación el tren ya iba encarando las suaves curvas de la meseta que nos acercaban a Salamanca, tras despedirnos y desearles buen viaje me dirigí hacia un ventanal. Antes de llegar al puente peatonal de la estación podía verse la catedral iluminada pero como tantas otras estaciones se encuentra en las zonas residenciales más nuevas de la ciudad. Se encontraba la estación muy cambiada e inmersa en el proceso de la llegada de los trenes de velocidad alta, con más andenes y las marquesinas cambiadas.

Parte del recorrido ya tenía puestos los postes de las nuevas catenarias pero sin electricidad. Ya no era la sencilla y sobria estación base de automotores, mercancías y locomotoras diésel de antes, tenía mucho más. Aquí también hubo movimiento de pasajeros de entrada y salida, algunos a nuestro coche pero apenas inquietaron el ya ligero sueño de los ocupantes.

Arrancamos, con esfuerzo la locomotora ponía de nuevo en marcha el largo tren de dos composiciones. Nos adentramos atravesando la zona nueva de la ciudad rumbo oeste (zona del apeadero de la Alamedilla), próxima parada: Ciudad Rodrigo. Callada la ciudad y los semáforos huérfanos, el rugir diésel del tren seguro no pasaba desapercibido. Rápido Salamanca quedó atrás, aun siendo un nocturno hay partes del viaje que toma el tren buenas velocidades aprovechando el escaso tráfico y más por zonas de llanura y dehesas como las de esta provincia. Tras pasar por el baño de nuevo, volví a mi asiento donde no me movería ya hasta la frontera.

Ciertamente pronto nos plantamos primeramente en Ciudad Rodrigo y posteriormente en Fuentes de Oñoro y la frontera. La primera una pequeña pero imponente ciudad en el campo charro donde destaca su espectacular recinto amurallado en torno a la ciudad vieja, así como numerosos edificios históricos de gran valor artístico como su catedral.

Una pena pues desde la estación que se encontraba a las afueras de la ciudad apenas podía verse dichas maravillas, si la catedral al arrancar de nuevo el tren en una curva a la salida. Apenas a unos pocos kilómetros por las dehesas la segunda: Fuentes de Oñoro, pequeño y sencillo pueblo en la frontera con Portugal. En el mismo pueblo hay un edificio oficial compartido que separa ambos países como punto de partida a uno u otro lado, aunque ya en estos tiempos la frontera sea permeable, más aun por el campo y en las vías donde no se percibe hasta que no llegas a la primera población portuguesa del camino. Por lo que respecta a ambas estaciones, la construcción de los edificios era bastante sencilla aunque destacaban sus largos andenes ya que acogen un destacable tráfico de mercancías entre ambos países.

Tras la breve parada en Fuentes de Oñoro nos adentrábamos ya en territorio portugués, no habíamos apenas recorrido nada cuando el tren alcanzaba la primera población portuguesa tras la frontera: Vilar Formoso, un pequeño enclave de frontera como el anterior. La parada era importante pues aquí el tren debía cambiar de locomotora (de diésel a eléctrica), conductores, revisores y otro personal. Había cumplido el objetivo y había resistido el sueño por poco, así que decidido baje sin hacer ruido al andén para contemplar todo este cambio en el convoy.

Los edificios eran igualmente sencillos como los anteriores de Salamanca pero se diferenciaban en que aquí gustaban de añadir en las fachadas decoración de motivos cerámicos en blanco y azul y que después comprobé que era típico, pues se repetía en otras estaciones del recorrido. La locomotora diésel española se descolgó suavemente de la composición para posteriormente ir hacia el fondo de las vías y cambiar de rumbo para volverdirección España.

Una vez retirada esta, al fondo aparecieron dos locomotoras eléctricas portuguesas unidas encaminándose hacia el tren para ser enganchadas y continuar hacia Lisboa. Mientras todo esto se producía, los revisores, conductores y demás personal de ambos países se saludaban en el andén e intercambiaban los papeles, tomando el control del tren los portugueses y retirándose los españoles. Terminado el ceremonial el tren estaba dispuesto, volví a mi coche y me acomodé para intentar dormir algo, si no lo iba a pasar mal y teníamos un largo día por delante en Lisboa. Tras arrancar suavemente el tren dejamos pronto atrás Vilar Formoso y poco después de entrar en una zona de monte y bosque caí rendido al sueño.

En el breve sueño (pues no fueron más de dos horas) tras salir de Vilar el tren atravesó nada menos que por ocho estaciones con parada facultativa que me perdí: Guarda, Celorico da Beira, Mangualde, Santa Comba Dão, Coimbra, Pombal, Caxarias y Entroncamento. Si tengo oportunidad en una próxima visita trataré más a fondo la parte portuguesa del recorrido desde la frontera en Vilar hasta Lisboa Santa Apolonia. Recuerdo despertar con sueño pesado mientras iba amaneciendo poco a poco.

El tren marchaba a una marcha ciertamente buena y suave, se notaba la diferente potencia de las locomotoras eléctricas y la doble y rápida vía electrificada. Pequeñas estaciones y apeaderos con la citada decoración cerámica quedaban atrás mientras circulábamos ya por las proximidades del entorno de Lisboa. Destacaba también la suave llaneza del terreno paralela ya casi a la desembocadura del río Tajo, en esta zona se viene arriba dejando atrás sus malos momentos y convirtiéndose en un gran ente junto al mar que separa y baña grandes extensiones de terreno.

El tren comenzó a aminorar la velocidad al ir entrando en la zona metropolitana de Lisboa que soporta ya gran tráfico de trenes de cercanías, mercancías y largo recorrido de todo Portugal. No era muy distinto a las periferias de cualquier ciudad europea esta parte de Lisboa, grandes edificios de diversas plantas, sedes de grandes empresas, calles y avenidas amplias y ajetreo diurno por las mismas.

Así pues alcanzábamos la penúltima parada del camino: Lisboa Oriente. Una moderna estación situada en esta parte residencial y financiera de la ciudad con una intricada y bonita marquesina que destacaba sobremanera en el entorno. Descarga de trenes y viajeros a la estación de Santa Apolonia que ya de por si soporta un gran tráfico, su buena ubicación ayuda a este último fin. No pocos viajeros bajaron en esta estación, sobre todo los que llegaran por motivos más bien laborales u de otros fines diarios. Ya estábamos completamente desperezados de sueño.

Suavemente nos ponemos de nuevo en marcha y dejamos atrás el cobijo de esta magnífica estación y su gran marquesina. Poco a poco el paisaje urbano fue tornando de los grandes y modernos edificios a construcciones más antiguas y con más historia, al atravesar un túnel el cambio ya fue definitivo. Se veían mucho viejos edificios gubernamentales, de la marina, del ejército, ferroviarios en uso, pero con aires ajeados y un poco desconchados tal vez de la gran humedad existente por el contraste entre las mareas de la desembocadura del Tajo y el océano.

Dominaban en estos los colores claros, blancos, azules y verdes suaves. A uno y otro lado del tren según nos acercábamos al punto final se acumulaba también material ferroviario diverso en espera de uso: coches convencionales, trenes regionales y de cercanías, algunas ramas Talgo para el servicio de vuelta, locomotoras, vagones mercantes. Contraste de variado material con el ahora monótono español. De la doble vía se fueron abriendo numerosos carriles de entrada y salida formando una amplia playa de vías, estábamos entrando en Santa Apolonia.

Chirriar de frenos, habíamos llegado. Eran las ocho menos veinte aproximadamente (hora portuguesa, una hora menos que en España). Estiramos piernas y brazos mientras esperábamos que se descargara y bajara más gente del coche. Tomamos nuestras cosas y salimos aun algo aletargados tras las casi once horas de viaje.

Tras salir se abrió ante nosotros unos largos andenes y marquesinas que acogían a los diversos trenes citados, listos para marchar a cualquier punto de Portugal.

Desde el final del andén que estábamos podíamos observar también nuestro largo tren de más de veinte coches y dos locomotoras que llegaban casi a la misma puerta de salida. Se percibía una estación esta de Santa Apolonia con gran sabor ferroviario, la estructura novecentista, un gran reloj, las marquesinas, los trenes…todo acompañaba a esta estampa para mi magnifica de lo que debe ser una estación.

Me llamaba la atención también el color azul verdoso claro acorde con los anteriores edificios, muy de zona marítima y la cual se encontraba en las mismas puertas: del tren al mar. Tras tomar algunas fotos y respirar nos encaminemos hacia la salida, un vestíbulo antiguo pero moderno a la vez con los elementos necesarios ahora (taquillas, paneles, etc…). Con la brisa costera desde la puerta afuera se abría un amplio espacio: calles anchas, el mar, el puerto y la desembocadura en un lado y al otro la parte antigua llena de cúpulas y edificios antiguos en subida escalonada.

Al fondo el gigante puente del 25 de abril, hacia allí decidimos encaminarnos (engañosa distancia)… un largo día nos quedaba por delante para disfrutar de uno de los lugares que aún me faltaban por conocer y que muy para bien nos sorprendió. ¿Dónde nos llevará el próximo tren?

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